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25 Octubre 2011
Comunicados de prensa

El poeta Andrés Trapiello en el Congreso Internacional sobre JRJ y la Generación del 27

La Rábida, 25 de octubre de 2011. Desvelar la influencia concreta de Juan Ramón Jiménez en los poetas de la Generación del 27 es el objetivo del Congreso Internacional que la Fundación Zenobia-Juan Ramón está celebrando en la Sede de La Rábida, de la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) hasta el día 27. En esta ocasión ha contado con un escritor y poeta excepcional: Andrés Trapiello, quien ha puesto de manifiesto “La renovación tipográfica de JRJ y su influencia en los poetas del 27” y “Los contrastes entre la política poética de JRJ y las actividades del 27 ante la Guerra Civil española”.

 El Congreso Internacional denominado 'Presencia de Juan Ramón Jiménez en los poetas del 27', intentará desvelar la importancia del Premio Nobel en los versos y en la estética poética de dicha generación. Para ello ha contado con el poeta, escritor y ensayista e historiador (especialmente con Las armas y las letras. Literatura y guerra civil), Premio de la Crítica (1993),  Premio Nadal (2003), Premio Fundación Juan Manuel Lara y Premio de las Letras de la Comunidad de Madrid por el conjunto de sus obras, Andrés Trapiello.

Andrés Trapiello nunca ha ocultado lo mucho que le ha gustado la tipografía, “ocuparme de los libros, andar entre papeles y visitar imprentas. La primera a la que tuve que ir muchas veces en Madrid, por el barrio de Usera, era de un pariente de Caro Raggio. Después vino, en Torrejón de Ardoz, Musigraf Arabí, de Prudencio Ibáñez, que era la bondad y la paciencia personificadas, después otra, en la calle Rufino González, donde conocí a Luís Martín, tipógrafo y jugador de ajedrez por correspondencia, y muchas otras. En todas he pasado cientos de horas, cuidando, retocando, corrigiendo libros y catálogos, y en todas he hecho grandes amigos. He compartido con linotipistas, cajistas, minervistas, maquinistas, fotocompositores, montadores, regentes y encuadernadores sus horarios laborales, sus almuerzos en el trabajo y a menudo sus desplazamientos al final de la jornada. Y he sido feliz. Haciendo un libro con mis manos me he sentido útil, más que escribiéndolo y más, desde luego, si el libro era de algún escritor que admiraba. Ninguna actividad manual me ha parecido tan hermosa ni noble, y comprende uno perfectamente que Juan Ramón Jiménez manifestara que su ideal, de no haber sido él poeta, lo hubiese cifrado en el de ser contador de papel blanco o regente de una imprenta con baño. A él le debemos las palabras que nunca se ha cansado uno de repetir: En edición diferente, los libros dicen cosa distinta. Es lo que da sentido a cada letra”.

Sobre Juan Ramón Jiménez dice Andrés Trapiello  que su poesía es inabarcable: “Juan Ramón Jiménez es él solo el mayor poeta, literario y biográfico de la literatura española y en español de todo el siglo XX, acaso el único universo poético que, a semejanza del deducido por los físicos, está en permanente expansión. Enfermo de poesía, arrebatado de sensualidad y misticismo, solitario y, a la vez muy sociable, tan defendido del mundo como expuesto a él, tan inexpugnable como vulnerable y susceptible”. Insiste Andrés Trapiello en su retrato: “Ningún poeta español de su tiempo vio, trató, frecuentó, alentó, ayudó y se relacionó con tanta gente de toda clase”.

El escritor, Trapiello, concibe su propia poesía como una parte principal de su obra y que nace de una emoción que tiende a ser expresada en la mayor sencillez formal posible, reflejada en obras como Las tradiciones (1982), interpretación lírica inusitada del tiempo moderno y de su experiencia entre la naturaleza y la ciudad.

También el escritor y ensayista aprovechó su cita con Juan Ramón Jiménez en La Rábida para hablar de los contrastes entre la política poética del Nobel y las actividades diferentes de los poetas de su generación de cara a la guerra civil española. Sobre esto, Andrés Trapiello, tiene claro que “entre 1933 y 1936 en España se vive una locura colectiva. Locura de sí misma dirá Unamuno, uno de los intelectuales que más alentó la guerra civil desde los años diez. De ahí la cita de Hanna Arendt que tan bien le cuadra a ese periodo y a la guerra civil: sólo los excepcionales saben actuar con normalidad. La mayor parte de los revolucionarios, de izquierda o de derecha, estaban deseando una revolción. Cuanto antes. Sólo así se explica la furia aniquiladora que se apoderó de tantos el mismo 18 de julio. No necesitaron consignas. Se pusieron a asesinar sin tasa en Madrid, en Málaga, en Barcelona, y en Sevilla, en León, en Galicia. Para mí lo importante es ver cómo algunos republicanos, pese a los crímenes cometidos bajo la República, no dejan de ser republicanos, porque no se sienten obligados a renunciar a los ideales de la Ilustración. Pensemos en Chaves Nogales, en Juan Ramón, en Clara Campoamor. O aquellos que habiéndose sumado al principio a la sublevación, no pueden hacerse cómplices con los crímenes de los franquistas, como el propio Unamuno, como Falla. Como Neville, años después, cuando denuncia en un escrito a los asesinos de Lorca. Y sí, entiendo perfectamente que tras el levantamiento del 18 de julio se defendiera la República con las armas, quienes tuvieran ánimo y salud para hacerlo”.

Aseguró, durante su conferencia en la Sede de La Rábida, dentro del congreso sobre JRJ que “ la República defendió los ideales de la Ilustración por lo mismo que los sublevados los combatieron con inquina, aunque no todos los republicanos fuesen ilustrados ni demócratas, por lo mismo que no todos los que apoyaron a los fascistas eran fascistas o dejaron por de ser ilustrados si lo eran antes. Eso es lo que hemos de saber. Y estar del lado de quienes defendieron la República no es ponerse del lado de las armas, sino del lado de Chaves, insisto, de JRJ, de Azaña, de Campoamor”.
 
"Las armas y la letras. Literatura y guerra civil" (1936-1939) de Andrés Trapiello, libro imprescindible en lo que respecta a sus contenidos y referente importane en este congreso juanramoniano, tiene como subtítulo: Literatura y Guerra Civil (1936-1939). Se trata de una nueva edición del libro que con el mismo título vio ya dos anteriores ediciones, la primera de 1993 y una segunda de 2002. Esta de la que ahora hablamos es en realidad una especie de nuevo libro tanto por la concienzuda revisión del texto original, como por las nuevas y numerosas aportaciones documentales y gráficas que ofrece. Trapiello ha escrito una obra esencial para el conocimiento de la vida y la producción literaria en el periodo que comprende la guerra civil española. Una crónica literaria, erudita, pormenorizada y muy documentada del asunto anunciado.

El escritor de Manzaneda de Torío, ha hecho gala de sus vastos conocimientos adquiridos, ha procurado no posicionarse de forma abiertamente partidista ni a favor ni en contra de ninguno de los bandos en conflicto, no ha tenido muchos reparos en arrojar luz sobre las zonas más sombrías de algunos de los literatos protagonistas de la historia, y no ha tenido reparos en tocar temas intocables. Aún así está íntima y decididamente posicionado contra la sublevación militar del general Franco, pero hace crudo hincapié en el desastre al que fue conducida la II República española por una izquierda incompetente, dividida, desorganizada, lastrada por su sectarismo asesino y ciego.

Trapiello realiza un pormenorizado repaso de lo que vivieron e hicieron los principales literatos de uno y otro bando, fundamentalmente durante los tres años de guerra abierta. Con inteligente pesadumbre el escritor leonés subraya cómo el enfrentamiento entre las dos españas exigió posicionamientos, renuncias y cobardías. Es aquí, donde el escritor, asegura que desfilan, unas veces desacreditados y otras no, poetas y escritores como Juan Ramón Jiménez,  Lorca, Ortega, Marañón, Alberti, Baroja, Unamuno, Cernuda, Sánchez Mazas, Bergamín

Todo esto, concluyó Trapiello, reconociendo que: “la guerra civil española del 36 fue un error histórico de proporciones monstruosas del que tuvo la culpa la ciega, estúpida e ignorante radicalización ideológica de los extremos. Radicalización que fue llevada no solo a la actividad política de los partidos, si no al sentimiento, al latido vital de la sociedad española de aquel tiempo. Las dos feroces españas, fanatizadas ambas gracias a las letras de no pocos literatos que contribuyeron al drama, no dejaron oxígeno posible para el desarrollo y crecimiento de una tercera España: la del sosiego, la reflexión, la concordia, la tolerancia, la cesión de derechos y privilegios propios en beneficio del común. Esa España siempre posible, siempre a punto de levantarse y caminar codo con codo con las sociedades más prósperas y civilizadas, fue literalmente estrangulada por la radicalización de posturas antagónicas a las que no pocos escritores echaron la leña ardiente y ardida de sus palabras, de sus discursos, de sus trabajos escritos, con la única intención de aniquilar a los otros y así medrar de mil y una maneras al servicio de la propia causa, la de cada uno”.

Juan Ramón Jiménez, terminó Trapiello afirmando que cuando se produjo la Guerra Civil, se marchó de España, y anduvo de aquí para allá: Washington, La Habana, Coral Gables en Florida, Maryland, Buenos Aires, donde coincidió con los grandes escritores argentinos, y finalmente Puerto Rico. Defendió la República española y mandó dinero para los niños durante la contienda. En el exilio trabajó sin descanso, impartió conferencias y, a pesar de su carácter huraño y de sus continuas enfermedades y rarezas, estuvo cerca de sus lectores, de los exiliados y se afanó en la divulgación de la lírica. En 1956, poco después de la muerte de Zenobia, recibió el Premio Nobel de Literatura, un galardón que reconocía su trayectoria y libros tan especiales, redactados en el destierro, como ‘Animal de fondo’, ‘Un dios deseante y deseado’ o el poema ‘Espacio’. A su mujer la despidió con esta elegía sincera: “A Zenobia de mi alma, este último recuerdo de su Juan Ramón, que la adoró como la mujer más completa del mundo, y no pudo hacerla feliz. J. R. J. Sin fuerzas ya”.

 

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