El público disfruta del Intimoteatro Itinerante en la Sede Iberoamericana de la UNIA
El Encuentro de las Artes y las Letras, del que la UNIA es colaboradora junto con la Diputación Provincial de Huelva y la delegación de Cultura de la Junta de Andalucía, ha comenzado su XII edición en la Sede Iberoamericana de la Universidad Internacional de Andalucía. Un nutrido grupo de asistentes, entre los que se encontraba un grupo de alumnos de la UNIA, han podido disfrutar de los tres pases representados de la obra ‘Donde comienza el día’, escrita por el dramaturgo argentino Fernando Rubio y representada por la compañía Intimoteatro Itinerante.
‘Donde comienza el día’ es una obra que cala hondo en la intimidad del espectador tanto por la historia como por las particularidades de la puesta en escena. Es un grupo de siete cabinas blancas donde los personajes se mezclaron con el público para contarles siete historias breves sobre soledad, angustias y esperanzas. Los actores, como caminantes de la vida, visitaron de forma rotativa las cabinas y a fuerza del diminuto espacio en el que transcurre la obra-instalación, no sólo la palabra tiene una importancia suprema, sino también la respiración, la mirada, el sudor, la cercanía. Entre el intérprete y el público está roto ese espacio protector que es la oscuridad de la platea, lo que pone en juego una gama amplísima de sensaciones y de posibilidades.
Por un lado, está lo que transmiten los textos, cierto mensaje de desintegración social, de ruptura con los lazos solidarios en una época en la que todo es perfectamente rompible. No obstante, hay un deje de dualidad que campea toda la pieza, el motor de la vida a punto de apagarse, la persistencia para que todo siga en funcionamiento, perder a un joven amigo, perder a uno más viejo, perder a un padre, un amor,…En suma, los actores representaron a un conjunto de seres abrumados por la soledad que no quieren estar más solos y que, a fuerza del diminuto espacio en el que transcurre la obra-instalación, generaron un vínculo con el público a través del contacto visual y a la espera de resonancias del texto en los rostros y en el cuerpo.
A través de la obra ‘Donde comienza el día’, Rubio ha conseguido una mirada poética de los cuerpos, con las miradas, con los sonidos de botas que se acercan a un cubículo mínimo de paredes blancas donde cinco personas que no se conocen entre ellas aguardan no saben qué. Para el autor, no sólo es una obra de teatro o una instalación, “es un encuentro entre personas, es la historia y el cuerpo puesto en situación. Es la proximidad. Es un ojo dentro de otro”.
De lo que fundamentalmente trata esta obra es de la belleza de la tristeza. Este es un trabajo donde su rol de director seguramente potenció al de autor ya que desde la primera palabra escrita, Fernando Rubio ha sabido encontrar la belleza que habita oculta en la tristeza. Y lo ofrece en siete textos muy breves que apenas son retazos de historias de soledad, de pérdida, de abandono. Siete fragmentos propuestos en la despojada intimidad que exige su transmisión.
Sin pretensiones de originalidad ni ostentaciones de firma del autor, Rubio recurre a generar un encuentro personal, íntimo, ineludible entre quien interpreta y quien asiste. Ante esas personas desfilaron los siete intérpretes, intensos y a la vez sutiles, Andrea Nussembaum, Jorge Prado, Julián Calviño, Martín Urruty, Natalia Salmoral, Pablo Gasloli y el mismo Fernando Rubio, cada cual con un retazo en el que exponen sus heridas más o menos cicatrizadas, más o menos disimuladas.
Fernando Rubio
Discípulo de Eduardo “Tato” Pavlosvky y de Norman Briski e influenciado por el situacionismo de Guy Debord, a Rubio se le ubica en lo que se denomina postdramaticidad, una corriente que plantea lo dramático como “vaciamiento metafórico del teatro”, en palabras del crítico teatral aregentino Jorge Dubatti. Algo así como la vida en el centro mismo de las creaciones o la disolución de las fronteras entre vida y creación. “Somos un grupo de personas que está viviendo eso que transcurre a partir de la historia que cuenta un actor”, desliza el director. Es lo mismo que se planteaba con aquellas primeras intervenciones urbanas con apenas 19 años. También, lo que está en la base de su proyecto Hablar. La memoria del mundo. A partir de la pregunta “¿qué es lo más bello que hiciste en tu vida?”, Rubio invita a la gente a acompañar las respuestas con un retrato. Ya lleva recopiladas 600 imágenes. Algunas formaron parte de una dramaturgia fotográfica y de un libro, y luego dieron origen a la pieza Un niño ha muerto, anterior a Donde comienza el día. Para dejar que la cosa camine sola, propone a los cibernautas que suban sus fotografías a un sitio web. “Mis parámetros no se circunscriben nada más a la idea del teatro. Y en eso, la apertura a las artes visuales me generó una enorme libertad. Porque quizás trabajos más conceptuales pueden contener la teatralidad, la imagen, el video o una cámara. Me puedo tomar estas libertades por cómo enmarco mi obra. Si estuviera circunscripto a la sala teatral no hubiera hecho ninguna de las cosas que hice”, subraya Rubio.
En 1999, fundó junto a Briski la compañía Brazo Largo, de carácter más político, tal vez por la personalidad de su co-equiper. “Incluso lo que hacíamos era panfletario muchas veces. Era todo más directo, menos subterráneo. Intento que mis trabajos ahora tengan tejidos más ocultos. Cuando genero complejidad no es para dificultar el entendimiento. Aquello que queda totalmente claro no tiene la posibilidad de multiplicar. Hay espacios intrínsecos en la construcción de una obra que es bueno que estén algo velados, que tengan la posibilidad de aferrarse en el espectador de manera diferente”, reflexiona el director. Otra constante en la obra de Rubio es su “crítica a la espectacularidad”. “El espectáculo se ha olvidado de la idea ritual del teatro. Se piensa en un espectador como número en una butaca que genera guita. En el teatro de hoy, valoro la consecuencia de gente que hace diez, quince o veinte años viene manteniéndose sobre sus ideas. Después están las formulitas de lo que tiene que ser”, diferencia.
Casi opuesto al espectáculo está, entonces, el acontecimiento. ¿Qué se espera de él? Que resuene, que tenga un correlato en el cuerpo del espectador, que “multiplique”. El acontecimiento, íntimo e itinerante, sin una presentación regular en tiempo y en espacio, apunta directo a la memoria física. “El actor trabaja sobre una línea. Después hay una que genera el público. Es algo que trabajé mucho de la dirección: la capacidad de modificarse como actor según lo que está pasando en cada momento. Hay espectadores que quedan muy conmovidos, a los que se les caen las lágrimas. Nosotros trabajamos mucho sobre las posibles reacciones. Eso sí, hay una consigna clara, que es que el actor jamás va al choque. Las formas de transmisión son amables”, describe Rubio. Y concluye: “Lo importante es que el espectador se lleve la mirada de un actor o ese pequeño cuerpo momentáneo construyendo un relato conmocionante. Tiene la posibilidad de vivir intensamente lo que transita un artista. Cualquier obra sin espectador no puede suceder, pero acá intentamos darle un lugar muy único, particular, activo. No da lo mismo, que ese cuerpo que está ahí frente a nosotros sea uno u otro. Y ellos nos nutren, nos hacen mejores artistas”.