El pasado 4 de febrero nos dejó José Jesús Hernández Palomo, investigador titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos, que mantuvo una fortísima relación con la Sede de Santa María de La Rábida de la Universidad Internacional de Andalucía.
Profesor ayudante de la Cátedra de Historia de América de la Universidad de Sevilla desde 1971, Doctor en Filosofía y Letras en 1977, accedió al CSIC cuatro años más tarde y desarrollaría aquí toda su carrera investigadora.
En casi el centenar de aportaciones entre monografías, libros colectivos, participación en congresos nacionales e internacionales, etc. desarrolló investigaciones que indagaron, entre otros temas, sobre el aguardiente de caña en México, la Real Hacienda en Indias, enfermedad, epidemias y cuestiones demográficas, cartografía, la presencia italiana al uno y otro lado del Atlántico, y, muy especialmente, las fuentes para el estudio de la historia de la Iglesia en América, con especialísima atención a los archivos vaticanos de los que era un profundo conocedor. En todas ellas demostró además un empeño especial por ofrecer la versión de aquí y la que se desarrolló allí, “allende los mares”; de ahí ,a modo de muestra, su implicación en la organización de las conocidas Jornadas de Historia de Andalucía y América que se celebraron en la Sede de La Rábida desde 1981 hasta 1992.
Como profesor invitado realizó estancias en universidades extranjeras de México, Venezuela, Estados Unidos, Israel e Italia. Dirigió una docena de tesis doctorales y formó parte de numerosos comités científicos internacionales.
Pero más allá de esta aproximación numérica a su quehacer como historiador, debemos destacar la hospitalidad y la generosidad sin reservas que siempre dispensó a los investigadores nacionales e iberoamericanos que reclamaban su ayuda para la realización de sus investigaciones. No era extraño encontrarlos perdidos en la humareda que envolvía su despacho en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos -cuando no los acogía en su casa- rodeados de sus boletines bibliográficos fotocopiados o las antiguas fichas bibliográficas cumplimentadas a mano y en tinta negra, hablando de fuentes, archivos, últimas publicaciones, interpretaciones, corrientes, autores, proyectos de investigaciones, etc.
Investigador y lector infatigable, de rigor extremo, vean sino el aparato crítico que suele acompañar a cualquiera de sus trabajos, encontraba siempre la otra interpretación, la que suele estar reservada a los investigadores con mayúsculas, la que da sentido, la que permite contextualizar y la que ayuda a comprender los procesos más allá de los datos o de los hechos puntuales.
Aunque los temas mencionados más arriba le convirtieron en referencia obligada para todo aquel que quería acercarse y profundizar en ellos, a nuestro juicio, su obra brilla especialmente en lo que tiene que ver con la historia de la Compañía de Jesús tanto en América como en España y Sevilla, que durante la mayor parte de la Edad Moderna era lo mismo que decir el centro del mundo conocido. Profundo conocedor de sus fuentes documentales (raro era el año que no pasaba varias semanas en la Vía Borgo Santo Spirito 5 de Roma), encontró en la Historia del Instituto algo más que un mero proyecto de investigación. La formación de los jesuitas, su libertad de opinión, el juicio individual, el debate, la exposición de las ideas propias, aunque luego tuvieran que verse sometidas a la decisión del General, y muy especialmente, la búsqueda del “otro”; del “otro” como razón de toda esperanza, le hicieron coincidir existencial y profundamente con el espíritu ignaciano. Sin temor a equivocarnos podemos afirmar que ha sido uno de los historiadores que mejor ha sabido captar la esencia y la diversidad de matices de la obra ignaciana.
